Yo vi en mi infancia descollar al viento
de un castillo feudal la altiva torre,
y medité sentado a su cimiento
sobre la edad que tan liviana corre.
Joven ya y pensativo y solitario,
la misma idea esclavizó mi mente,
y del desierto alcázar del templario
en los escollos recliné la frente.
Un tiempo vi de lustre y poderío
escrito en deleznables caracteres,
porque pasó el honor y antiguo brío
como liviana pompa de mujeres.
Pasó porque era puro y grande y noble,
y por eso escupió en su frente al mundo,
que de gloria y virtud corona doble
no sientan bien en su pantano inmundo.
De su pujanza y fama esclarecidas
algunas cruces quedan conservadas,
unas por las murallas esparcidas,
otras en las ruinas sepultadas.
También nos queda un cristalino río
que allá en su juventud azul y puro
velaba con vapores y rocío
el yerto pie de su gigante muro,
y que hoy, más generoso que los hombres,
enfrenta al paso su veloz corriente
en homenaje a los pasados nombres,
en homenaje a la pasada gente.
Esto queda y no más d ellos blasones
con que ornaron el mundo los templarios,
y la yedra y sus lúgubres festones
son hoy de sus cadáveres sudarios.
Pero flota en los mares de la muerte
como encantada nave su memoria,
porque es su nombre levantado y fuerte,
y colosal su portentosa historia.
Quizá sobre la losa de la tumba
se ostenta el mundo libre y generoso,
y la verdad sonora al fin retumba
en el silencio del final reposo.
Así dormid en paz, ¡oh caballeros!,
dormid en paz el sueño de la muerte,
graves y silenciosos y severos,
al amparo del mundo y de la suerte,
porque en el mundo fuisteis peregrinos,
y lúgubres pasasteis e ignorados,
y de nieblas vistieron los destinos
vuestro blasón de nobles y soldados.
No alcanzó el mundo su gigante altura
y os coronó la frente de mancilla …
Dormid en la callada sepultura,
paladines hidalgos de Castilla,
que tal vez por su noche tenebrosa
pasará el sol que iluminó esplendente
la templaria bandera victoriosa
que guarecía la invencible gente.
Grandes y puros fuisteis en la vida,
grandes también os guardará la huesa,
porque es para una raza esclarecida
mágico prisma su tiniebla espesa.
Bien estáis en la tumba, los templarios,
porque si abrierais los oscuros ojos,
y otra vez por el mundo solitarios
de la vida arrastraseis los enojos,
tanto el baldón y mengua y desventura
vierais en él, y tanta hipocresía,
que la seca pupila en su amargura
otra vez a la luz se cerraría.
No parece sino que con vosotros
todo el honor y lealtad llevasteis;
no parece sino que con nosotros
todo el oprobio y vanidad dejasteis,
porque en el día irónicos y secos
y menguados arrástranse los hombres
para llenar sus corazones huecos
del oropel mentido de sus nombres.
Pasó la fe y con ella la inocencia,
y el candor que doraba vuestros años;
pasó la dulce flor de la existencia
cual pasa la niñez con sus engaños.
Hoy las ideas de entusiasmo y gloria
ceden el puesto a viles intereses
y crecen en el campo de la historia
sobre la tumba del honor cipreses.
Y todo sentimiento generoso
vilipendiado rueda por el suelo,
y la fuerza, cual bárbaro coloso,
vela del mundo el funeral desvelo.
En vez del corazón la mente late,
tibia la sangre y pálida circula;
si un rey a su nación lleva al combate,
sobre la muerte y destrucción calcula.
¿Dó están vuestros escudos, caballeros,
la lanza que en los aires rielaba,
los vistosos pendones tan ligeros
que el moribundo sol tornasolaba?
¿Adónde fueron las templarias cruces
que un día vio Jerusalem divina,
y que bañaban con cambiantes luces
la arena de la ardiente Palestina?
¿Dó está el batir sonoro de las palmas
de tantos melancólicos cautivos
que por merced de sus sublimes almas
vían del sol los resplandores vivos?
¿Dónde encuentran amparo las mujeres?
El huérfano, ¿dó encuentra valedores?
¿Dó la cabeza los dolientes seres
reclinan por descanso a sus dolores?
Poblada soledad es hoy el mundo,
pantano que abril viste de guirnaldas,
abismo melancólico y profundo
coronado de aromas y esmeraldas.
Por eso vuestras palmas y laureles
silbó con su raquítica garganta,
y amontonó mentiras y oropeles
para borrar vuestra soberbia planta.
Para baldón y vergüenza
la juventud hoy comienza
do paró vuestra vejez,
más, ¡ah! que en nosotros falta
vuestra hidalguía tan alta
y fama y valor y prez;
y falta vuestra inocencia
y pundonor, y creencia
y religiosa piedad,
y vaga el hombre inseguro
por el crepúsculo oscuro
de la duda y vanidad;
y no hay estrella en sus mares
ni esperanza en sus cantares
ni en su mente porvenir,
porque el mundo que le engaña
en su corazón empaña
el espejo del sentir.
Que en la juventud florida,
bella y desapercibida,
el ánima virginal
en busca va de los hombres,
fascinada con sus nombres
y su apariencia leal;
y ángeles ve en las mujeres,
y amor y luz y placeres
en la senda del vivir,
y por su mágico prisma
mira el mundo que se abisma,
y piensa que va a dormir;
y entonces, fuertes caudillos,
vuestros ánimos sencillos
el alma comprende y ve,
como en mi dorada infancia
vuestra gótica arrogancia
cándido y puro alcancé.
Mas, ¡ay de mí!, los paisajes,
los cambiantes y celajes
de la rica juventud
son no más lánguidos sones
que arrancan los aquilones
de un amoroso laúd,
porque llega el desencanto
en las noches de quebranto,
y con su mano glacial
descorre,
triste y severo,
el pabellón hechicero,
fantástico y celestial
de la vida engañadora
que con falsa lumbre dora
las nieblas del porvenir,
y como encantado velo
sobre nosotros un cielo
despliega de oro y zafir.
¡Pobres dichas juveniles
tan lozanas y gentiles,
de tan suave y puro albor!
¿Por qué sois mentira sólo
y encubridoras del dolo
del universo traidor?
¿Por qué la edad de pureza,
de pasión y belleza
nos ha de engañar también,
y robarnos el sosiego,
y con su aliento de fuego
quemar la cándida sien?
¡Ay!, cuando encantados,
náufragos y derrotados,
pisamos la orilla, al fin,
de sus mares turbulentos
con celajes macilentos
en su nublado confín,
sin amor, sin esperanza,
ni gloria ni bienandanza,
que allá en su seno se hundió,
y en lugar de su hermosura,
y en lugar de la ventura,
que la juventud soñó,
vemos arenal tendido
y pálido y desabrido
que es forzoso atravesar,
sin árboles ni verdura,
sin una corriente pura
donde la sed apagar.
¿Qué es lo que entonces encierra
la desnuda y seca tierra
de esperanza y placer?
¿Qué visiones luminosas,
infantiles y vistosas
pueden, ¡ay!, aparecer?
Aparecen amarillos,
sin fosos y sin rastrillos,
centinelas ni pendón,
vuestros alcázares nobles
con reminiscencias dobles
de hidalguía y religión;
monumentos inmortales
que envueltos en los cendales
de verde yedra se ven,
islas que en el mar de olvido
con ademán atrevido
levantan la antigua sien.
Maravillosas historias
y magníficas memorias
quedan y templaria cruz,
que despiertan las campanas,
melancólicas o vanas,
que cantan la última luz.
Y entonces el alma sueña
con una voz halagüeña
entre el ruido mundanal,
por más que sea muy triste
ver que solamente existe
en la noche sepulcr